martes, 17 de septiembre de 2013

Tambor

Tocabas con tus dedos mis piernas como si fueran un tambor. A ratos fui tu instrumento. Pero mi música nunca fluyó hasta a ti. Fui un medio y no un fin. Aún no he podido saber a dónde llegabas conmigo. Quizá caías en turbulentos laberintos de ruidos inconexos y sentimientos no imaginados ... o eso quisiera creer. Quizá no te provocaba nada. Más si fue así fue porque no dejabas provocarte. Yo sólo quería cantarte al oído en las noches en que despertaba varias veces a tu lado. Quería darte mi música y que te movieras con ella, conmigo. Yo tomé tus palabras, tu idioma para hablarte a mi modo. Yo no sé si tu pudiste escucharme. Al final creí darme cuenta de que no quisiste. Siempre estuviste distante, tu mente en otra parte, lejos de mi.
Varias veces te tomé del pecho y rasgué pidiéndote que abrieras tu corazón. Prometí no herirte. Pero esa pared que seguiste construyendo a mi lado acabo por descarnarme los nudillos.
Estas heridas también te pertenecen.

Ritmo (recuerdos)

Acomodó de nuevo sus lentes presionando el marco blanco por el puente con el dedo índice y siguió viendo la pantalla. Ella se acomodó estirando sus piernas sobre las de él. Habían recorrido el río en bicicleta, juntos, con el viento cálido y suave del final del verano y llegaron a casa sudorosos y cansados, pero complacidos.
Tras ducharse, se tumbaron en el sillón, sin prender la luz apenas iluminados por la resola de la tarde que entraba de costado por la ventana. Sus piernas aún palpitaban con los músculos hinchados de la sangre puesta en circulación por el pedaleo, haciendo la piel firme, estirada, dura como piel de tambor.
El puso sus manos y comenzó a tocar.

Verano

El calor remanente del verano no ha amainado aún. Como tampoco las últimas brasas del fuego que por ti me quemaba. Pero ya son los últimos días. Y eso también me duele. En medio de la confusión y de la gente, un poco embriagada, alguien se acercó a mi y lo dejé llegar. Lo besé esa noche para borrar de mis labios el recuerdo de tus besos. Lo besé al día siguiente también. Pero fue todo en vano. El intento falló avivando momentáneamente unas llamas que sólo me chamuscaron. Pues ni sus besos de cautelosa pasión lograron opacar tus besos fríos pero dulces. Por las noches aún espero el calor de tus brazos y recuerdo la curva de los músculos en tus brazos al esperar recibirme. En la madrugada me despierto buscándote y no logro volver a dormir acosada por ese recuerdo y la falta de tu olor. 
Nunca fuiste mío del todo, siempre fuiste una sombra. Pero a veces fuiste tan real, a veces logré tenerte cerca, a veces me dejaste entrar y no logro dejarte ir. Tras muchos días aún te lloro lágrimas gordas que ruedan hasta perderse en el vacío que no cede. Mi soledad te pertenece a ti.

martes, 10 de septiembre de 2013

Insectos

Cuando el primero terminó conmigo tras siete años de una relación a veces tortuosa y siempre desasosegada, me sumí en constante sopor que me mantenía en cama gran parte del día y por las noches me mantenía alerta al borde del ataque de nervios. Así, en el silencio impenetrable de la madrugada cuando hasta el viento corre silencioso, sólo yo estaba despierta espiando el andar de la gente al otro lado del mundo. Y una de esas noches los insectos comenzaron a venir.
   Escuché a la primera intentando hurgar dentro de una bolsa de plástico. Sus seis patas golpeteaban sin descanso intentando trepar dentro de una bolsa de vinilo que dejé tirada sobre el piso. En el silencio de la noche sentí su compañía y me sobresalté. No la aplasté, la rocié con veneno y la quemé en el rellano de la entrada como me habían dicho que hiciera con los alacranes. Comenzaba el verano. La compañía inesperada seguiría llegando de una en una mientras durara el calor.
   Pasaba las noches en vela acechando su llegada. Para el final había memorizado ya cada sonido de la noche y las adivinaba antes de llegar. Con sigilo abría la puerta y corría a rociarlas del líquido mortal para luego quemarlas mientras agonizaban. Una vez casi quemé el cuarto donde me hospedaba entonces pero no abandoné este ritual de purificación.

Tiempo después el calor del verano atemperó mis nervios y logré aliviar el cansancio de los días. Entonces una tarde me topé con un hombre que me ayudó a apaciguar la sed que me secaba hasta el alma. Y así, aún en plena canícula, poco a poco las cucarachas dejaron de aparecerse por la casa y al fin pude volver a dormir de noche.

Unos meses después, esta vez yo terminé con un segundo. Logré atraerlo con mi olor, pero mis irrefrenables ansias de enamorarme lo llevaron a hacerse indiferente conmigo. Meses y meses me sentí como una carga en su vida, rogando por un poco de ternura. Un día tras volver de casa, de mi verdadera casa, le dije adiós y lo dejé partir. Lo despedí en el rellano de la puerta y no lo abracé. También era verano y no quería que algún insecto se colara entre las sombras de la noche.
   Por un tiempo todo estuvo bajo control y de día sólo dormía en las tardes pues tras la comida me ponía pensativa y para evitarlo prefería ahogar las ideas el narcótico de los sueños. Pero una tarde, quizá porque mi casa estuvo vacía mucho tiempo, encontré unas tijerillas vagando cerca de la cocina. Imaginé que era un encuentro casual y que no habría más. Sin embargo han aparecido otras más y día a día aplasto una o dos, desde que te fuiste.
   Espero pronto vaciar la casa de lo que vino tras tu partida y que lo que apacigüe mi alma no sea un advenedizo casual. El verano a comenzado a ceder y poco a poco esta casa volverá a quedarse conmigo como única inquilina. Más tarde, quizá después del invierno podré volver a empezar.