lunes, 9 de abril de 2012

Ayer noche

Creí verte acercándote lento y titubeante como la primavera que se vislumbra henchida de flores y sol. Escuché tu voz dirigida a mí y temblé. Y en el tropel de gente éramos sólo tú y yo, y en el fárrago de ruidos estaba sólo tu voz. No dijimos nada que recordar, sólo fue tu voz buscando mi voz, provocando que se deslizaran las gotas de sudor por mi espalda. Y te sonreí, sonreí cada vez que volví a verte y he sonreido cada vez que te veo en el recuerdo, hasta ahora. Sonreí con tu sonrisa de niño, con la inocencia que perdí y que siento que me das de nuevo sólo tú. Sonreí sin ansias, tranquila, con la paz que he buscado tanto tiempo sabiendo que estás ahí tanto como no estás. Y eres tú, distinto a mí, una mente propia y lejana. Puedes acercarte o huir. Podría pasar cualquier cosa y dejaré que suceda lo que suceda. Lo haga o no las cosas toman su curso, se bifurcan o se entrelazan, se despedazan e incendian. Pero ayer noche tuve tu voz y te di la mía. Quisiera haber dicho tanto, pero aún no es el tiempo de las palabras.