jueves, 17 de noviembre de 2011

El mar

Te conocí el Día de la Independencia a miles de kilómetros de mi país y del tuyo, donde la distancia nos hace libres aunque sigamos atados al pasado. Estabas hermoso, alto, sonriente como yo no había estado nunca. Tú no me diste ni una mirada y pensé que no volvería a verte más. Pero no fue así.

Nos unieron el destino y las personas y mi ángel de la guarda. Me hiciste adoptarte y yo comencé a protegerte con todo el amor que no salía, que me dolía dentro del cuerpo atrapado sin nadie que lo hiciera brotar por los ojos, por la voz, por las manos, por los poros que exudan mi perfume de verano cada vez que estás o que no estás pero te pienso. Te dejé acurrucarte como cachorro huérfano, buscando calor en mi compañía.

Yo anhelaba el río que me llevara al mar entre desiertos y aguas turbias en estanques sin fondo. Contigo me deslicé en el aire, entre nubes y montañas, más allá de las espinas de las vegetación hasta la arena del mar que raspó mi cuerpo llevándose las costras de heridas que hasta ahora no habían logrdo sanar.
Te descubrí como el mar, claro y calmo, profundo y turbulento a la vez. Mojando mis pies en el agua en la costa busco tus profundidades, los remolinos, los abismos, la marea alta. Tú eres todo eso y yo quiero tirarme en ti, sin barco, sin salvavidas, sabiendo apenas nadar en mar abierto, con el miedo de ahogarme que guardo de viejos accidentes. Y si me ahogo quiero ahogarme en ti, en esa agua que va del turquesa al negro, en la incertidumbre de tus olas, en la calma eterna de los horizontes donde no hay nada más que tú. Beber de tu agua aunque me lleve a la locura.

Comencé a nadarte ya con los ojos, antes del amanecer. Espero las primeras señales del sol para hundirme en ti, dejarte que me envuelvas.