miércoles, 5 de octubre de 2011

Te pienso de noche, claro. Te pienso de día, al despertar, al salir a correr, al bañarme entre agua y espuma. Me sorprendo recordando tu voz cuando debería escuchar las palabras de alguien más. Te extraño al comer sola.
Tú estás aquí, junto a mi, pero alejado. Cada vez más lejos. Te acercas y te vas. Yo recuerdo los besos que te he dado, el tono de la piel de tu espalda, la dureza de tu torso, tu abdomen y los pliegues de tu piel que descubro de nuevo cada vez.
Tú no piensas en mi, no recuerdas nada, no sientes nada. Vienes y te vas y sigues tu vida como si nada. Sabes que necesito que me quieras, que me necesites, y no te importa. No es que no te interese, es que ni siquiera te permites considerarlo. Tú cubres necesidades básicas y más no me buscas, no me piensas más.
Yo imagino lo que podrías ser y lo busco en tu frialdad y dureza. Imagino palabras dulces entre tu voz indiferente, imagino caricias en el toque de tus manos, me veo reflejada en tus ojos negros impenetrables.
Serías tan feliz conmigo si fueras el hombre que imagino, que quiero creer que eres tras ese muro que construyes y que me haces creer que derribo poco a poco. Tan lentamente. Eres como un niño que juega a las escondidas. Me tocas en el hombro y corres a esconderte. Yo te busco incansable, desesperada. Tú sólo me miras de lejos y ríes, luego te vas.
Ya te dije, no te quiero tanto a ti como lo que creo que serías conmigo, que podría hacerte ser, que sé que no será.