lunes, 1 de agosto de 2011

Carta a mi misma, con tinta morada

Te encuentras cada noche pensando, pensando como siempre. Aquella pequeña mujer con quien redescubres la simpleza y dulzura de la amistad te dice que eres de color morado, dulce y linda pero con un lado atormentado por tanto pensar, por tanto complicarte tu misma. Ese mismo día en la noche te sientas en la soledad de tu cuarto y tras terminar con los deberes del día comienzas a sentir esa punzada en la boca del estómago. Cuestionas todo, lo que hiciste, lo que no hiciste, por qué lo hiciste, qué pasará, qué pruebas harás para encontrarte en tus propios errores, buscarte castigos por ser tú, buscar razones para llamarte estúpida, encontrar formas de hallarte en mares de arrepentimiento inncesario.
Siempre sabes que sólo eres tú quien no puede perdonarse, quien no puede seguir adelante. Y buscas de donde asirte cuando todo lo sientes igual de huidizo e inseguro que tú. Te metes en corrientes inciertas que te hacen caer y te culpas de esas caídas, te culpas a ti también de las no caidas, tan desamparada en tus pensamientos.
Si todo lo pudieras pensar menos, pensarlo más simple, hundirte en las corrientes y dejarlas acariciar tus costados, mojar tu cabello, lavar tus penas y dejarte llevar. Siempre vas en contra, te detienes a ver el camino recorrido y el sendero por venir. No fluyes, no te mueves suavemente. En especial de noche, ves ojos de cocodrilos acechando en cada corriente, sientes su piel áspera rozar tus piernas, tus manos, rodearte y emboscarte sin que pase nada hasta que llega el nuevo amanecer.
Buscas alguien que te cuide de esos predadores que al final son tú misma. ¿Qué no logras conciliar dentro de ti? ¿Qué no logras armar y erigir? Nadie va a venir a salvarte. No hay nadie mirando de lejos deseando espantar esos demonios.
Lidia con la noche con palabras. No tragues la ansiedad. Estás sola y tienes muchas noches y días más para aprender a vivir con eso. Deja ya de buscar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario